sábado, agosto 08, 2009

7 de agosto.

Hoy pasaron muchas cosas, para ser día viernes 7 de agosto de 2009, y cuando quedan 14 días.

La conversación bien conversada con mi alumna de San Felipe, en el patio del edificio, aunque cagándome de frío, pero relajándome de ese tedioso momento de mi carrera docente que es "estar haciendo la hora para ver si vienen alumnos a la hora de consulta". Hasta que al fin llegó una alumna de enfermería a consultarme.

La oficina y su eterno teje-maneje; las cosas que pasan tras bambalinas y el eterno ir y venir de cosas que hacen que mi universo con Alejo sea lo que es.

El claustro, consejo ampliado o no sé qué, aquello que me citaron y que por estar contratada, me hacen sentir que "debo" ir (aunque sea para hacer parecer mi inigualable descontento con el mundo y de que siempre se puede hacer algo mejor...).

Y luego vino el momento final. El recuerdo, traido por una amiga y colega, del significado que tuvo esta fecha en mi época universitaria. Recordé la conversación de esta mañana con mi alumna, y esa nostalgia volvió a mí. Pero para qué recordar, si tú de mí nunca te acordaste en todo este tiempo, yo creo estar tranquila con la decisión, pero de todas maneras, el pasado vuelve. Las amistades siguen siendo un misterio para mí, y me empeño en alentar a cada alumna que me habla, de que disfrute su vida universitaria a concho y que viva todo lo que tiene que vivir. Porque nunca se sabe cuándo puedes crecer demasiado como para darte cuenta cuánto molesta y duele que nadie aprecie eso de ti.

Igual espero que hayas tenido un feliz cumpleaños, Jimena.

martes, agosto 04, 2009

Perdida en la capital.

Miedo. Tuve miedo. No era primera vez que lo había sentido, pero sí. Era esa evocación del pasado, que no podía eliminar de mi piel. Tomar el bus, el viaje de una hora cuarenta y cinco desde Viña hacia la capital, lo que esperaba a cada bajada del bus.

El tiempo pasa implacable por mi vida; la estación Pajaritos sigue estando donde mismo, las mismas cosas, el mismo paisaje, el aire denso, el calor y esa gente que no se parece en nada a mí, ni siquiera tú tienes algo en común conmigo. Eres tan de tu ciudad como yo de la mía; vives apurado, presionas a la gente, despotricas contra ellas mientras te subes al metro, no te importa a quién atropellas. Acá los más provincianos somos más conscientes; soy de las que espera un semáforo con el monito verde para cruzar, total nada me apura... En Santiago, me abrazas y vuelo por las calles,a veces a merced de la horda de gente que circula por el centro. Son esas cosas que extraño de estar en la capital, sin ti.

Mientras me muevo en el metro, observo detenidamente a la gente que entra y sale del metro, tan dueña de su individualidad. No existen los caballeros gentiles; los estudiantes se sientan en el suelo, las parejas se abrazan, y pienso en que mi pinta de provinciana no se aleja de una Carmela con canasto y trenzas, aunque aprendí de ti a ser más avispada. Tantos años yendo a Santiago todavía no me quitan la costumbre de ubicarme frente al mapita de las estaciones del metro, y las cuento como si me hubieran dado las instrucciones escritas en un papel. Y es que me niego a mimetizarme en esta ciudad porque no pude mimetizarme con esa loca manera de vida, aunque de ti me impregné y es algo que no puedo sacarme tan fácilmente.

La hora en el celular y en mi reloj marcan ya casi dos horas desde que salí de casa rumbo a la de mi tío. A veces creo divisarte entre las multitudes, y me digo Santiago es tan grande, hay mayor probabilidad de encuentro como de no encontrarle; pero mi mente juega con esos recuerdos que quiero, pero no puedo borrar. Los veinticinco minutos en el metro acrecientan esa idea de olvidarme de ti, porque todo debe evolucionar, tú no eres Santiago y no lo representas, vives aquí y quizás me viste, tu mente jugó con mi recuerdo, y quizás soy solo eso: el recuerdo de un viaje a Santiago.


De fondo: "Fallen", Sarah McLachlan.

domingo, junio 14, 2009

When it rains.

La lluvia... aquel fenómeno climático que reúne a la gente en torno a las sopaipillas. Esa parecía ser la premisa de mi abuela, cuando en inumerables ocasiones, amasaba esas exiquisitas "sopaipas" en la mesa de su cocina, el lugar acostumbrado de las dos en esas largas tardes de niñez.

Aún me parece verla con esos lentes de marco grueso, mirando a través de ellos la receta escrita en una hoja amarillenta por los años. El tiempo es tan distinto cuando se es niña; para mí el tiempo que demoraba la preparación de las recetas de la abuela eran una eternidad. Sin embargo, hoy por hoy me doy cuenta que no es demasiado tiempo...

Y esa especie de admiración que tengo guardo por mi abuela me hacía disfrutar cada momento compartido con ella. Aunque hoy no está conmigo, me parecía verla sentada esta tarde en la cocina. Quizás lo realmente rico de esa cocina no era la mezcla adecuada y perfecta de los ingredientes, sino ese ingrediente infalible para que las cosas salgan bien: cariño. Y a veces creo estar escuchando ese comercial de la TV donde aparecen las mamás (y no sé por qué ya no aparecen abuelitas cocinando, era un motivo recurrente de la TV de los '80s), en la cocina, preparando algo de comer, y los niños preguntando cosas. Y es cómico verlo, pues yo con mi madre no compartí nunca la cocina, sino hasta hace un par de años, como una manera de perpetuar el recuerdo de mi abuela.

Las recetas las guardo en mi mente como si siempre las hubiera conocido; y aunque jamás con mi propia abuela jamás cociné algo, ella sí me enseñó cómo hacerlo, y hasta me hizo participar de sus miles de queques, tortas, pasteles y repostería en general - desde chica me gustaron mucho los dulces -, leyendo las recetas y conversando sobre la vida.

Y será por eso, entonces, que no me resulta árido ponerme frente a un mesón de la cocina y empezar a mezclar cosas. "Los químicos son buenos cocineros", leí alguna vez por ahí, y es lógico que así sea, estamos acostumbrados a seguir protocolos al pie de la letra para que las cosas resulten.

Y como era de esperar, hoy, después de esperar tanto una lluvia como ésta, me puse frente al mesón y preparé las sopaipillas más exquisitas de toda mi vida - aunque un poco saladas eso sí - , y no porque las haya hecho yo, sino porque era la receta de mi abuela, y porque, en el fondo, en esa preparación, estaba su mano y su cariño.

Sopaipillas a la "Haemoglobin". :-D

De fondo: "We are broken", Paramore.

domingo, mayo 17, 2009

The golden age.

Hay momentos en la vida en que, tal como conversábamos ayer con unos muy buenos colegas míos, una ya no está para precariedades. La época dorada que todos vivimos algún día pasó por nuestra vida y la añoramos, pero... ¿quién sabe si añoramos aquella época donde no teníamos excesivas preocupaciones, y ganábamos dinero íntegro para nuestros bolsillos y vida de soltería?

Unos años después de mi época dorada - que duró mientras duró mi primer trabajo -, añoré tanto volver a tener esa vida de aquella época; sin embargo, tras compartir vivencias, terminé convenciéndome que, efectivamente, aquella época dorada alguna vez existió, pero... quién sabe si es posible revivirla... ahora...


De fondo: "Mi gran novela", Salvatore Adamo.

sábado, mayo 09, 2009

Strawberry fields forever!

Es otra tarde de sábado frente al computador, preparando mi semana académica. He dejado la agenda en mi oficina de Valparaíso. Se me había olvidado que tenía que hacer una clase este lunes en otro lado. Mi cabeza da vueltas en mi última semana; el calendario no miente, quedan 3 meses y contando regresivamente para ese gran día, tachando los días con cruces. Siento emoción de sólo pensarlo...
Aún me parece mentira que vaya a dar ese gran paso. Siento un gran orgullo de lo que haré y eso le da un sentido nuevo a mi vida.
Ah... no, disculpen. Sé qué deben de estar pensando. Pero no, no voy a casarme. Estoy hablando de otra cosa.
Por cierto, mi padre estaría orgulloso si me fuera a casar. Lo noto en su cara, ya quiere ser abuelo. Pero no es el caso. Creo que hay veces que recordar una vieja conversación que tuvimos hace tiempo, aquella que alguna vez fraccionó nuestras imágenes que teníamos cada uno del otro, nubla toda esa posibilidad. Aquella en que hablaba de una hija que era muy inteligente y una excelente profesional, que sabía hacerlo todo muy bien e integralmente en su trabajo, pero que no era capaz de usar esa inteligencia a la hora de "hacer las cosas en su vida". También hablaba de un padre celoso y temeroso de perder a su hija cuando ella quiso tomar una decisión que él no aprobaba, y que por primera vez, se vio cuestionado fuertemente. Esa trifulca quedó entre ambos y aunque durante un año no se habló más del tema, la vida continuó con su ciclo, y cuando las aguas se calmaron, alguna vez se pudo retomar el diálogo.

No puedo decir que recordar esa conversación es agradable; pero fue necesaria para entender muchos aspectos propios y suyos también. Todo quiebre ayuda a esclarecer más el horizonte de la vida de alguien, y ésta no fue la excepción. Me ayudó a esclarecerme.

Ya van un par de años desde aquel episodio, que fue el detonante definitivo en el que mi vida se detuvo para recargar combustible y mirar el mapa. Fue cierto que en aquel momento tuve todo para decidir a favor de mi futuro; sin embargo, no lo hice. Detuve la maquinaria de ese tren abruptamente, en el minuto con un arrepentimiento supremo, pero convencida que no podía decidirlo en esas condiciones. Y así fue. El tiempo se encargó de demostrarme que faltaba vivir algo más para poder tomar decisiones más acertadas.

Los ecos de esa conversación de vez en cuando los escucho... Cuando en medio de mis cavilaciones, comienzo a mirar el camino recorrido, algunas mañanas, cuando me despierto en soledad, recuerdo quién fui y lo que sucedió antes...

Y cuando ese pensamiento se apodera de mí, recuerdo esa frase que alguna vez leyera en un libro: "Un hombre está hecho de pasado, presente y futuro"... y que no hay como estar sentada en el campo, mirando la inmensidad del cielo azul...